Esa presencia obsesiva del dinero, ese comercio constante y perpetuo, ese desarrollo prodigioso de todas las actividades en el corazón del mundo de náufragos, ¿no son la prueba de la generalización de las relaciones mercantiles y de la existencia de una verdadera economía invisible? El dinamismo que muestran los excluidos del desarrollo mimético, las actuaciones reconocidas del sector informal en materia de empleo y los resultados satisfactorios de sus ingresos, ¿no son la señal de otra economía, incluso más importante, que deberíamos tener en cuenta? El éxito incuestionable en términos de ganancia y crecimiento de algunas personas en lo informal -incluso según los criterios de la economía oficial y ortodoxa-, y allí mismo donde las empresas clásicas (occidentales o públicas) han fracasado, ¿no revela la existencia de una verdadera gestión a la africana? Contrariamente a las imágenes estereotipadas, los que practican lo informal no son necesariamente indigentes. Con el humor típico de los africanos, a un barrio de Grand-Yoff lo bautizaron «barrio millonario» porque entre los primeros ocupas se encontraban joyeros acomodados. También se encuentran auténticos millonarios.
¿No residirá el desarrollo imposible de África en esta mina? Sistematizando, trasladando y apoyando esas experiencias de autogestión, con apoyo técnico, financiero y normativo, pasaríamos del apaño y el bricolaje a la industria de pleno rendimiento?.
Esta interpretación de la «economía informal» cada vez está más respaldada por los grandes organismos internacionales, como el FMI, el Banco Mundial u organismos de cooperación como la Caja Francesa para el Desarrollo. También lo está, salvando las distancias, por la mayoría de ONG de desarrollo, así como por numerosos centros de investigación, académicos y estudiosos. Pero esta interpretación, a pesar de sus aciertos, no es la más exacta ni la más interesante. En lo informal no estamos en una economía, aunque sea otra, sino que nos encontramos ante otra sociedad. Lo económico no tiene una autonomía propia, si no que encaja en lo social, en especial en las redes complejas que estructuran esos suburbios. Es por eso que los términos de aeconomía neoclánica o de sociedad vernácula se ajustan más a esta realidad compleja y mutante. Es una interpretación personal que muchas veces ha sido mal comprendida o no se ha tomado demasiado en serio porque se considera una hipótesis insuficiente y con tintes de romanticismo.
Es evidente que la diversidad de lo informal parece dar la razón a los intérpretes economistas: omnipresencia del dinero, intercambio de mercancías, existencia de algunos aspectos negativos, desde la subcontratación más mezquina a los contrabandos más mafiosos... La sociedad vernácula no es ni mucho menos un retorno al Paraíso. «Detrás de la máscara de una convivencia aparentemente armoniosa -señala Werner- existen conflictos que, si bien pocas veces desembocan en agresiones abiertas, suscitan prácticas mágico-religiosas (como por ejemplo el liggeey, o a través de marabouts).» Pero por dramáticas que sean las derivas de brujería y los riesgos de anomia, continuamos alejados de la lógica mercantil.
Tenemos que repensar la relación antagónica de lo informal y de lo económico para resolver las claves de esta batalla, así como profundizar en los análisis del encaje de lo económico en lo social. Este cambio de significado sólo lo obtendremos a partir de una aproximación global al fenómeno, y no a través de casos individuales. Por eso en el siguiente análisis siempre tendremos presente este acercamiento global.
Para continuar http://ilusionismosocial.org/mod/resource/view.php?id=596
¿No residirá el desarrollo imposible de África en esta mina? Sistematizando, trasladando y apoyando esas experiencias de autogestión, con apoyo técnico, financiero y normativo, pasaríamos del apaño y el bricolaje a la industria de pleno rendimiento?.
Esta interpretación de la «economía informal» cada vez está más respaldada por los grandes organismos internacionales, como el FMI, el Banco Mundial u organismos de cooperación como la Caja Francesa para el Desarrollo. También lo está, salvando las distancias, por la mayoría de ONG de desarrollo, así como por numerosos centros de investigación, académicos y estudiosos. Pero esta interpretación, a pesar de sus aciertos, no es la más exacta ni la más interesante. En lo informal no estamos en una economía, aunque sea otra, sino que nos encontramos ante otra sociedad. Lo económico no tiene una autonomía propia, si no que encaja en lo social, en especial en las redes complejas que estructuran esos suburbios. Es por eso que los términos de aeconomía neoclánica o de sociedad vernácula se ajustan más a esta realidad compleja y mutante. Es una interpretación personal que muchas veces ha sido mal comprendida o no se ha tomado demasiado en serio porque se considera una hipótesis insuficiente y con tintes de romanticismo.
Es evidente que la diversidad de lo informal parece dar la razón a los intérpretes economistas: omnipresencia del dinero, intercambio de mercancías, existencia de algunos aspectos negativos, desde la subcontratación más mezquina a los contrabandos más mafiosos... La sociedad vernácula no es ni mucho menos un retorno al Paraíso. «Detrás de la máscara de una convivencia aparentemente armoniosa -señala Werner- existen conflictos que, si bien pocas veces desembocan en agresiones abiertas, suscitan prácticas mágico-religiosas (como por ejemplo el liggeey, o a través de marabouts).» Pero por dramáticas que sean las derivas de brujería y los riesgos de anomia, continuamos alejados de la lógica mercantil.
Tenemos que repensar la relación antagónica de lo informal y de lo económico para resolver las claves de esta batalla, así como profundizar en los análisis del encaje de lo económico en lo social. Este cambio de significado sólo lo obtendremos a partir de una aproximación global al fenómeno, y no a través de casos individuales. Por eso en el siguiente análisis siempre tendremos presente este acercamiento global.
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