Ya puedes encontrarte en alguna esquina, o a la sombra de algún árbol con el libro SIN PODER. Construyendo colectivamente la autogestión de la vida cotidiana. coordinado por Javier Encina y Ainhoa Ezeiza.
Vamos a ir dando algunas pinceladas de los artículos que componen este libro.
Información sobre el libro http://desempoderamiento.blogspot.com.es/2017/03/sin-poder-primer-libro-de-la-tetralogia.html
Desempoderamiento lingüístico.
Ainhoa Ezeiza, Nahia Delgado y Javier Encina
“Señores:
la lengua no es de nadie; esa máquina de maravillosa complejidad que
ustedes mismos usan, ‘con la cual suele el pueblo fablar a su
vezino’, no es de nadie; no ya la lengua común, que no aparece en
la realidad más que como lenguas de Babel, pero ni siquiera una de
esas lenguas o idiomas es de nadie, y no hay académico ni emperador
que pueda mandar en su maquinaria, ni cambiar por decreto ni la más
menuda regla, por ejemplo, de oposiciones entre fonemas y
neutralización combinatoria de oposiciones que en ella rijan.
La
escritura, la cultura, la organización gubernativa, la escolar, las
leyes, las opiniones, ésas sí que tienen dueño; y el dueño es el
de siempre: el jefe, sus secretarios, sus sacerdotes, la persona que
se cree que sabe lo que dice.
Agustín
GARCÍA CALVO (2015:7)
En
nuestra opinión la lengua es común, un bien común (de nadie o de
tod@s, según quien lo formule), la lengua es principalmente lo oral
(no confundir con lo leído en voz alta, u otras variantes...). El
idioma es público (del Estado) y su comercialización, su conversión
al lenguaje de masas, es privada (del Mercado).
La
Escritura, la Cultura, la Escuela... tienen dueño: el Estado o el
Mercado; y su afán es simplificar lo complejo, no sencillizarlo. Y
quieren simplificarlo porque así el Mercado puede convertirlo en
cultura de masas y vender más, y el Estado puede convertirlo en
cultura nacional y controlar más; incluso la alianza puede ser mayor
y no entrar en competencia lo masivo con lo nacional y crear una
cultura nacional de masas: como hacen los populismos... Después de
simplificar lo complejo se ponen a la tarea de complicar lo sencillo,
no complejizarlo. Y lo complican con sus Leyes de Educación y
Cultura (¡más control!), con sus Productos Masivos para
Universitari@s, con su lenguaje iniciático (y su correspondiente
Diccionario..., ¡más negocio!).
El
desempoderamiento lingüístico
no es más que hacer esa dejación de poder que evite que el Estado y
el Mercado destruyan la lengua, ¡¡¡que es común!!!, abrir ese
espacio donde lo oral se ponga en valor, preservar los espacios y
tiempos cotidianos para que pueda haber intercambios horizontales
entre lo oral y lo escrito y sus derivados. Esas formas de trenzar
que tienen las culturas populares...
A
modo de epílogo: Escritura y oralidad
La
oralidad no es la forma de expresión de las personas que no saben
escribir, es de las que, por su posición asimétrica con respecto al
poder, solo pueden transmitir sus historias verbalmente; es la forma
de las personas desposeídas: por no tener dinero, por no ejercer el
poder político, por no pertenecer al género, la edad o la cultura
dominante...
¿Cómo
se ha impuesto una idea de lengua como un conjunto de estructuras
lógicas y definidas? ¿Cómo han conseguido imponer el concepto de
idioma, de uniformidad, de estructura, de sistema lingüístico, si
la lengua no es de nadie y es común? ¿Cómo se ha transmitido la
idea de que unos pocos pueden gobernar sobre ella? Es en la escuela,
por medio de la escolaridad obligatoria, donde unas pocas personas
mandan sobre otras y deciden lo que es correcto y lo que es
incorrecto. Así pues, las escuelas son un territorio de
amaestramiento con un empeño muy notable por enseñar a leer y a
escribir a la edad más temprana posible. En ese empeño, incluso los
cuentos son leídos y repetidos repetitivamente, y así se elimina la
gran diversidad de la cultura oral.
Tal
y como plantea Ivan ILLICH (2015:39 y 32), “en una sociedad oral,
un enunciado pasado solo puede ser evocado a través de otro similar.
Aun en las sociedades en que se adoptan notaciones no alfabéticas,
el discurso no pierde sus alas: una vez pronunciado, ya se ha ido
para siempre. La notación pictórica o ideográfica le sugiere al
lector una idea para la que él debe, cada vez, encontrar una
palabra. El texto alfabético fija el sonido. Cuando es leído, las
frases pasadas del dictator se vuelven presentes. Ha nacido una nueva
clase de material de construcción para el presente: está compuesto
por las palabras reales de hablantes desaparecidos hace tiempo (...).
En
una cultura oral, no puede haber ninguna 'palabra' como las que
acostumbramos buscar en el diccionario. En esa clase de cultura, lo
que está entre pausas puede ser una sílaba o una cláusula, pero no
nuestro átomo, la palabra. Todas las emisiones parecen tener alas,
pues antes casi de acabar de pronunciarlas, ya se han ido para
siempre. La idea de fijar estos acontecimientos en una línea, de
momificarlos para su posterior resurrección, no puede siquiera
suscitarse. Por lo tanto, la memoria, en una cultura oral, no se
puede concebir como un depósito ni como una tablilla de cera”.
Según
Jesús MARTÍN-BARBERO (2015:51), “hay un 'lugar' donde la
diversidad de las escrituras estalla y se convierte en conflicto de
culturas, ese lugar es la escuela. Pero la escuela escamotea su
conflicto con la cultura audiovisual reduciéndolo a los efectos
morales, traduciéndolo al discurso de las lamentaciones sobre unos
medios (…) que roban el tiempo libre de los jóvenes, manipulan su
ingenuidad e idealismo, inoculan superficialidad y conformismo
haciéndolos reacios a cualquier tarea seria, desvalorizan el libro y
la lectura exigente. Traducido a estos términos, el conflicto
hablaría únicamente de la lucha de la escuela contra la
pseudo-cultura del entretenimiento, que sería la de la pasividad
conformista y ese nuevo analfabetismo que encubren la proliferación
de imágenes y la música-ruido”.
Letra
que es ley, abstracción, burocracia y planificación: sumisión de
la posible vida indefinida a una norma fija, intemporal,
que diría Agustín García Calvo. “Espíritu que es, para todas
las culturas del verbo, soplo, oralidad, expulsión de aire en un
pronunciar que crea. En su modo oral, la lengua es órgano y palabra,
liga ‘lo fisiológico y lo psicológico (y lo lógico), da primacía
al ritmo y a la pausa, subordina lo oratorio a lo respiratorio, la
representación a la acción, la idea a la emoción, en expresión de
Duméry. En ella, hasta el silencio es elocuente” (Emmanuel
LIZCANO, 1984:10).
Con
dinámicas que parten de lo común, podemos poner en valor lo oral,
sus complejidades que dejan de tratar el habla como “comunicación”
y pasan de comprender el mensaje a comprender al hablante, a la
gente. Es decir, poner en primer plano las formas de relación y que
las estructuras lingüísticas y sus contenidos queden en un segundo
plano como herramienta para que la gente pueda darle uso. ¿De quién
es la lengua?
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